Las ciudades por definición son entidades parasitarias del territorio ya que su huella ecológica y ambiental es varias veces el tamaño de la misma. A grandes rasgos, definimos la huella ecológica como la cantidad de espacio necesario para producir todo lo que esa ciudad consume y absorber todo el residuo que produce. Debemos encaminarnos hacia ciudades autosuficientes en recursos y que generen la mínima cantidad de desechos. En el ámbito del urbanismo se admite que debemos dejar de ocupar nuevos espacios y que la única vía posible es rehabilitar, redefinir, densificar y transformar los espacios ya construidos.
Los teóricos del urbanismo de principios del siglo XX, con la ciudad planificada, trataban de dar respuesta a las necesidades de la sociedad del momento: hacinamiento, falta de salubridad y espacio, necesidad habitacional para las nuevas clases obreras, etc… Con la aparición del automóvil y de la clase media, los centros urbanos se empezaron a despoblar y la suburbanización se convirtió en el nuevo paradigma de la modernidad y el progreso. Después en los años 60´-70´ del siglo XX, empezaba a haber una preocupación por la creciente deshumanización de las ciudades, los atascos, las grandes distancias recorridas en el día a día, la ocupación insostenible del territorio y la pérdida de identidad del ciudadano.
Las ciudades deben ser vistas como organismos vivos complejos, para mejorar la gestión de los recursos urbanos. El concepto de metabolismo urbano ejemplifica y describe los procesos de consumo y transformación de materiales, energía y recursos que tiene lugar en las ciudades. Es un proceso de intercambio con el medio circundante. Las ciudades son sistemas abiertos en constante intercambio con el exterior. Con un consumo de energía y materia y una producción de información y desechos, los cuales son cada vez más difíciles de absorber por el medio físico circundante. Por lo tanto el metabolismo urbano debe ser reducido y reintegrado en el ecosistema. Esto requiere un replanteamiento de las infraestructuras, el urbanismo y la arquitectura.
Las ciudades deben integrar el verde como parte fundamental de su estructura, una necesidad que los principales teóricos del urbanismo pusieron de manifiesto. Pues tendremos ciudades más saludables, más democráticas, más equilibradas e integradas en el medio. El verde además ayuda a que el metabolismo urbano sea más eficiente, pues los productos de la actividad urbana pueden reintegrarse en los ciclos de materiales y energía de la ciudad y no fuera de ella. En esto juegan un papel fundamental las soluciones basadas en la naturaleza (SBN), de las cuales ya hemos hablado en otro artículo, pues ayudan a transformar las ciudades en lugares más verdes, más humanos y resilientes. Facilitan la integración de la economía circular en la ciudad, son de fácil aplicación y en su implantación puede participar el ciudadano.
Para entenderlo mejor nos pueden ayudar los principios del urbanismo ecológico definidos por Salvador Rueda. Estos principios se establecen en cuatro ejes que permiten cuantificar cuan sostenibles son los tejidos urbanos analizados. Estos ejes son la compacidad en su estructura, la complejidad en su organización, la eficiencia de su metabolismo y la cohesión social. Se trata de convertir los sistemas urbanos en ecosistemas (pues comprende seres vivos en él) cada vez más complejos y eficientes.
Se debe intentar reducir el consumo de energía (recursos) a la vez que aumentamos la diversidad o complejidad urbana (información). Esto se plasma en la función guía de la sostenibilidad o ecuación de la eficiencia urbana (recursos/organización) la cual debe reducirse con el paso del tiempo. Se busca conseguir que la mayor parte del espacio público tenga la totalidad de usos y funciones potenciales que le son propias.
Esto lo podemos conseguir entre otras formas aumentando la diversidad y la mezcla de usos, aumentando las funciones urbanas, siendo más autosuficientes, aumentando el número de actividades densas en conocimientos y actividades, las redes de relaciones, la creatividad y la innovación, crear nuevas áreas de centralidad y hacer más maduras las existentes, aumentar el número de ciudadanos ocupando el espacio público y alargar la vida urbana, en la calle. Para todos estos puntos, las soluciones basadas en la naturaleza nos pueden ayudar.
Otro de los principios del urbanismo ecológico de Rueda, es que éste se desarrolla en tres planos; el plano de superficie, el plano en altura y el plano del subsuelo. Se genera un espacio tridimensional para que la función metabólica sea tenida en cuenta en las células básicas urbanas. Y aquí de nuevo vemos como las SbN pueden colonizar las tres dimensiones del urbanismo; superficies planas y verticales, azoteas y subsuelo, interior de edificios y perímetros urbanos. Las SbN por su versatilidad en escalas y ubicaciones pueden disponerse en cualquier enclave urbano.
En el urbanismo tradicional la ciudad dispone de zonas, generalmente en las áreas perimetrales o límite, que se destinan a la transformación o gestión de los resultantes propios de la actividad humana, como depuradoras, vertederos, transformación de residuos, generación de alimentos, etc… de esta forma el metabolismo se confía a un área exclusiva que por lo tanto debe tener un tamaño considerable. Si el espacio urbano considera dentro de su ámbito esos procesos metabólicos, estamos reduciendo también el consumo de energía y recursos y aumentando la complejidad urbana. Ya podemos tratar las aguas y los residuos en nuestro ámbito edificatorio. Podemos generar energía, alimentos y reducir el consumo de recursos a la escala de barrio o incluso de calle. Supone la transformación total del metabolismo urbano.
El verde urbano, parques, bosques, techos verdes, cauces fluviales y jardines comunitarios, proveé además de servicios ecosistémicos críticos. El espacio verde promueve la actividad física, bienestar psicológico y la salud en general a los habitantes de las ciudades. Muchos estudios demuestran que la distribución de tales espacios a menudo desproporcionadamente beneficia mayoritariamente a las clases más altas. Con las SbN se puede democratizar el acceso al verde. Ya no es requisito crear caros parques en enclaves privilegiados. Con las SbN se puede crear una red interconectada de verde urbano en tres niveles y a la vez mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
El acceso al verde es por lo tanto reconocido como un tema de salud y justicia ambiental. Con las SbN se facilita el reverdecimiento de vacíos urbanos y la reutilización de infraestructuras obsoletas. A la vez que mejora el metabolismo urbano, la creación de nuevo verde parece atacar problemas de justicia social y hacer los barrios más justos saludables y atractivos. Si se crea una red homogénea verde por toda la ciudad, se pueden evitar los problemas de incremento del precio de la vivienda, de gentrificación o desplazamiento de los residentes originales que los grandes proyectos urbanos verdes pueden provocar. Así cualquier vecino puede acceder al verde incluso si vive a las afueras. Pues lugares residuales como pueden ser las infraestructuras grises o los bordes urbanos pueden ser transformados más fácilmente.
La importancia de la calle como espacio público y social y cómo hacerla más atractiva para el uso y disfrute de toda la ciudadanía es una cuestión clave. Es indudable la importancia de la densidad urbana y de las diferentes cualidades del espacio público como lugar de encuentro local. En el mundo occidental tenemos una sociedad cada vez más envejecida y hay más necesidades de espacio público cercano para la tercera edad, personas que requieren cuidados, o personas en situaciones de diversidad funcional. Es fundamental estudiar espacios accesibles, socialmente cohesivos y cercanos. Muchas calles de nuestras ciudades son lugares inhóspitos, sin verde, sin sombra, sin lugares donde estar, completamente grises y asfaltados pero a la vez difíciles de transformar o reverdecer por la cantidad de infraestructuras en el subsuelo.
Las soluciones basadas en la naturaleza ayudan a transformar esos espacios construidos con menores costes económicos y de tiempo, menor ocupación del espacio y con una capacidad significativa de transformación. Ayudan además a combatir así los efectos de la emergencia climática como son las temperaturas urbanas en aumento, la necesidad de aire limpio, la mejora en la biodiversidad, el tratamiento de las aguas de escorrentía entre otros muchos beneficios.