Cada verano nos convertimos en espectadores silenciosos de una realidad incómoda: miles de incendios asolan al territorio español, cada vez de forma más incontrolable y con un carácter más destructivo, haciendo del fuego, un elemento históricamente determinante para la evolución humana y esencial para la vida, un enigma devastador y catastrófico. Pero, ¿por qué?

Barranc dels Roures, calcinado en el devastador incendio de Cortes-Dos Aguas, Valencia 2012

El fuego es un componente esencial de la naturaleza encargado, entre otras funciones, de mantener la biodiversidad del planeta y determinar la distribución de los biomas en la Tierra. Presente en todos los ecosistemas terrestres, excepto en la Antártida, cuenta con un papel relevante que ha llevado a diversas adaptaciones ecológicas relacionadas con las características (periodicidad, intensidad y estacionalidad) y las funciones que cumple en cada una de las zonas.

De esta forma, mientras que en los ecosistemas de pradera la función del fuego es generar espacios abiertos que permitan la colonización de un amplio rango de especies nativas y el desarrollo de arbustos leñosos y árboles frente a pastos y herbáceas; en la tundra, su función consiste en liberar, en una zona muy localizada, una gran cantidad de nutrientes procedentes de restos vegetales generando parches. Estos dan lugar a mosaicos de paisaje debido a las diferentes etapas de desarrollo en las que se encuentran las especies vegetales en cada uno de ellos. Esto hará que en los ecosistemas de pradera el fuego tenga una mayor periodicidad y una menor intensidad que en el caso de la tundra, donde los incendios son de alta intensidad, pero afectan a una misma zona en un intervalo temporal mucho más grande.

En el caso de los bosques mediterráneos, ecosistemas presentes, entre otros, en el este de la península Ibérica, el fuego de origen natural está estrechamente relacionado con el predominio de veranos secos y calurosos, durante y tras los cuales suelen generarse tormentas que dan lugar a fuegos (Marañona, 1997). La gran mayoría de las especies propias de este clima tienen algún tipo de adaptación que les permite, a partir de diferentes estrategias, protegerse o asegurar su descendencia. Cabe mencionar algunas especies como el palmito (Chamaerops humilis), el brezo (Erica multiflora), el madroño (Arbutus unedo) o el alcornoque (Quercus uber).

Vegetación xerófila mediterránea, muy adaptada a la escasez estival de agua: coscoja y palmito, muy combustible también

Un caso interesante es el de la jara blanca (Cistus albidus), una especie muy inflamable que, con los incendios, activa la germinación de las semillas de forma que, aunque la planta combustione, se asegura la descendencia y, por tanto, la continuidad de la especie en la zona afectada. Otro ejemplo muy representativo es el de la coscoja (Quercus coccifera) que, tras un fuego, genera rebrotes subterráneos a partir de yemas localizadas a lo largo de algunos rizomas o de raíces superficiales.

Históricamente, el bosque mediterráneo está asociado con el uso de la tierra por parte de los humanos para su abastecimiento (agricultura, ganadería…). De manera que estas perturbaciones (el fuego y la presencia humana) componen la base del desarrollo y conservación de estos ecosistemas. Con el abandono masivo de las zonas rurales a lo largo de las últimas décadas, el factor humano como agente perturbador ha disminuido de forma considerable en estas áreas, generando un cambio decisivo en la estructura de estos bosques, ya que queda favorecida la presencia de especies de desarrollo temprano. Estas especies están generalmente asociadas con una alta inflamabilidad, lo que da lugar a un cambio en el patrón de paisaje y en el régimen de fuegos (Pausas et al., 2008).

Otros de los factores que están cambiando los ciclos naturales del fuego son la intensificación de las temperaturas terrestres, la gestión de los incendios y los incendios de origen antrópico. Las modificaciones en nuestra forma de vida durante el último siglo están generando cambios en los ciclos de la naturaleza, lo que tiene como consecuencia, entre otras, el incremento de las temperaturas. Estas variaciones tienen efectos sobre la vegetación (entre los que encontramos diferentes tipos de estrés) lo que debilita a los organismos vegetales, reduciendo su capacidad de respuesta ante los incendios. A su vez, esto favorece la propagación de los fuegos, ya que se vuelven más impredecibles e incontrolables.

Por otro lado, en cuanto a la gestión de incendios, es necesario establecer una diferencia entre los fuegos naturales y los fuegos provocados. Los fuegos naturales tienen un papel protagonista en la estructuración de los bosques mediterráneos y, por lo tanto, no se puede prescindir de ellos. Entre otras cosas, porque por sus características, los elementos vegetales más afectados por el fuego son los arbustos, matas bajas y las herbáceas. Es decir, son fuegos de desbroce que, en principio, no afectan a los árboles. La erradicación de este tipo de fuegos, normalmente clasificados como de baja intensidad, hace que la biomasa del sotobosque se vaya acumulando, convirtiéndose en combustible para incendios mucho más intensos para los que los ecosistemas no están preparados (Castellnou, M. extraído de Sáez, C., 2017).

En cambio, los incendios de origen antrópico suponen un desajuste del equilibrio natural de los ecosistemas ya que, aunque en ellos el fuego pueda tener un papel importante como en el caso de los bosques mediterráneos, interrumpen el sistema de perturbaciones que tiene lugar de forma natural. Esto se debe a que la alteración se produce durante el periodo de recuperación, lo que acentúa las consecuencias sobre las poblaciones vegetales. Alteran, así, las condiciones microclimáticas necesarias para su reproducción y desarrollo; reducen el tamaño de las poblaciones por muerte directa o diferida de sus individuos; modifican las estructuras poblacionales de los ecosistemas; disminuyen la biodiversidad genética comprometiendo la capacidad productiva de los espacios afectados; generan condiciones para la aparición de nuevas especies competidoras, y alteran las interacciones biológicas y ecológicas entre especies (Cochrane et al., 1999; Zedler et al., 1983). Además, los incendios reducen, temporal o permanentemente, la presencia de polinizadores y dispersores de semillas, lo que deriva en la disminución del éxito reproductivo de las especies vegetales involucradas (del Campo Parra-Lara y Bernal-Toro, 2010). Este problema puede intensificarse, además, por la interrupción temporal de la capacidad de reproducción sexual de las plantas debido al estrés fisiológico al que se ven sometidas durante estos episodios (Hoffmann, 1998).

Incendio de Bejís de 2022, provocado por un rayo, donde ardieron más de 30 mil ha.

Es por todo ello, que es necesario que favorezcamos la mayor variabilidad genética posible en los espacios naturales (biodiversidad), promoviendo especies nativas (endémicas) más adaptadas al espacio, de manera que sean lo más resilientes posibles. Para obtener esa resiliencia, es necesaria, además, la ayuda de los seres humanos que, como parte activa del paisaje, lo moldeamos y adaptamos. En esos procesos, tenemos que plantear un modelo que sea favorecedor tanto para los humanos como para el resto de seres vivos presentes en los ecosistemas. Se debe plantear, a su vez, la recuperación de sistemas de manejo que apoyen y contribuyan al desarrollo natural de los ecosistemas (es decir, reestablecer la interacción de los seres humanos con la naturaleza interrumpida por fenómenos como el éxodo rural masivo), y restructurar los sistemas de gestión de incendios de forma que estos puedan ser entendidos y tratados como beneficiosos cuando así lo sean, reduciendo, de este modo, el impacto de posibles incendios futuros.

Fuentes:

Cochrane, M.A., Alencar, A., Schulze, M.D., Souza, C.M., Jr., Nepstad, D.C., Lefebvre, P., y Davidson, E.A. (1999). Positive feedbacks in the fire dynamic of closed canopy tropical forests. Science 284, 1832-1835.

del Campo Parra-Lara, A., y Bernal-Toro, F.H. (2010). Incendios de cobertura vegetal y biodiversidad: una mirada a los impactos y efectos ecológicos potenciales sobre la diversidad vegetal. El Hombre y la Máquina 35, 67-81.

Hoffmann, W.A. (1998). Post-burn reproduction of woody plants in a neotropical savanna: the relative importance of sexual and vegetative reproduction. Journal of Applied Ecology 35, 422-433.

Marañona, T. (1997). El bosque mediterráneo. Digital CSIC. Disponible en: http://hdl.handle.net/10261/57861

Pausas, J. G., Llovet, J., Rodrigo, A. (2008). Are wildfires a disaster in the Mediterranean basin? A review. International Journal Of Wildland Fire, 17 (6): 713-723.

Sáez, C. (05/08/2017). Cuando el fuego regenera la naturaleza. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/vida/20170804/43311570894/cuando-el-fuego-regenera-la-naturaleza.html

Zedler, P.H., Gautier, C.R., y McMaster, G.S. (1983). Vegetation change in response to extreme events; the effects of a short interval between fires in California Chaparral and costal scrub. Ecology 64, 809-818.